Para intentar explicar qué es Zoncolan, puede ser útil abrir el diccionario y buscar dos términos aparentemente antitéticos, “monstruo” y “sublime“.
Entonces, tomemos el Treccani.
- Móstro (ant. mònstro) s. m. [lat. monstrum “prodigio, maravilla”, del tema de monere “advertir, amonestar”]. – Ser que se presenta con características ajenas al orden natural habitual y como tal induce al asombro y al miedo.
- Sublime (ant. sublimo) adj. [del latín sublimis (con la variante sublimus), comp. de sub “bajo” y limen “umbral”: propr. “que llega hasta debajo del umbral más alto”]. – Muy alto, más alto que cualquier otro.
El primero en conquistarlo fue Gilberto Simoni en 2003, subiendo por la cara de Sutrio, donde la cara del monstruo sólo aparece en los últimos 3500 metros. Pero para entonces la piedra había sido lanzada, todos querían ver a esta mítica y terrible criatura en su totalidad, y sólo era cuestión de tiempo.
El verdadero debut tuvo lugar cuatro años después, en 2007, cuando se abordó el Kaiser desde Ovaro, y ese día el mundo entero descubrió una subida “con características ajenas al orden natural habitual”.
Después del diccionario, algunos números. 1203 metros de desnivel en 10,1 km, con una pendiente media del 12% y picos del 22%. Sólo esto bastaría para convertirla en una de las subidas más duras de Europa, pero incluso esto es engañoso. Para entender realmente el alma del monstruo hay que acotar un poco más el campo, entre los kilómetros 2 y 7. En esos 5.000 metros -el corazón de las tinieblas del Zoncolan, podría decirse- la pendiente es siempre superior al 15%. Significa algo parecido al muro de Muro di Sormano, pero multiplicado por tres.
Pero quizás al final la mejor manera de entender el Kaiser es detenerse en cómo suben los corredores, su distribución a lo largo de la carretera, que siempre es un espejo de las tácticas de carrera. La táctica en el Zoncolan es que no hay táctica. En esas pistas, ya no cuentan las pistas, ni la ayuda de los gregarios, ni las indicaciones del director deportivo en el coch. Nada.
Allí arriba, todo el mundo se ve obligado a la soledad, como si la carrera se transformara de repente en una contrarreloj individual, como si se subiera una montaña de 8000 metros de altura sin oxígeno, donde lo único que cuenta es conocer tu propio cuerpo, encontrar tu propio ritmo y seguirlo, sin traicionarlo nunca. Que al final es lo que nos pasa a todos, ciclistas y no ciclistas, con los distintos monstruos que nos encontramos a lo largo de nuestra vida. Porque sólo cuando nos enfrentamos a algo “que se presenta con características ajenas al orden natural habitual” tenemos la oportunidad de “alcanzar el umbral más alto“.
Como ocurre cada vez que el Giro de Italia llega al Zoncolan, el monstruo sublime del ciclismo mundial.