En los 100 años de historia del Giro de Italia, pocas montañas han conseguido ser tan crueles y despiadadas como el Monte Bondone. Basta pensar en la primera vez que fue incluido en el recorrido por el patrón Vincenzo Torriani, en 1956, para vivir una jornada que no sólo ha pasado a la historia del ciclismo, sino que se ha convertido en literatura, poesía, epopeya.
Cuando uno piensa en el ciclismo del pasado, inmediatamente le vienen a la mente los 242 kilómetros Merano-Monte Bondone, antepenúltima etapa de aquel Giro de 1956, y el nombre del corredor que la dominó bajo la tormenta de nieve, Charly Gaul, el Ángel de la Montaña. Aquella mañana llovía en Merano y un viento helado presagiaba una etapa con pocos supervivientes, también porque había que subir las montañas de Costalunga, Rolle, Gobbera y Brocon antes de Bondone.
Gaul, tan tímido como temerario, se lanzó al ataque desde las primeras subidas, mientras el tiempo empeoraba kilómetro tras kilómetro y los corredores se retiraban uno tras otro, incluido el Maglia Rosa Pasquale Fornara, a quien su director deportivo hizo bajar de la bicicleta por miedo a que pudiera hacerse daño de verdad, a pesar de su ventaja de 16 minutos sobre Gaul.
Se desata una tormenta de nieve en Bondone, Galo se tambalea pero continúa a través de la niebla y los muros de nieve, llega a la meta como vencedor, pero está semiinconsciente, tienen que bajarle de la bicicleta, se desmaya, le cortan el maillot con un cuchillo y le llevan al hotel, donde le sumergen en un baño caliente durante una hora. Al cabo de unos minutos vuelve en sí y le cuentan lo que acaba de hacer: es el nuevo Maglia Rosa y está a un paso de ganar su primer Giro de Italia.
Aquel día, en segundo lugar, con un retraso de casi ocho minutos, llegó Alessandro Fantini; tercero, a 12 minutos, fue Fiorenzo Magni que, con un hombro fracturado, sujetaba el manillar con un tubular apretado entre los dientes. La mitad del grupo se retiró. “Un hombre llevado al límite“, titulaban los periódicos al día siguiente.
