Etapa 17: Canazei - Sega di Ala. No puedes pasar
Ernest Hemingway llegó a Italia en 1918 como voluntario durante la Primera Guerra Mundial. Estaba recogiendo heridos en el Monte Pasubio cuando conoció a Bartolomeo Aymo, un gran ciclista de los años 20, cuatro veces en el podio del Giro. La típica figura antiheroica que tanto le gustaba a Hemingway, siempre frenada por pinchazos, caídas y otras adversidades. Hemingway le rendirá homenaje dando su nombre al conductor de “Adiós a las armas” que pronuncia una frase muy simbólica: “la bicicleta es una gran cosa”. Sin embargo, fue la bicicleta la que llevó a Hemingway a las trincheras. Llevaba cartas, chocolate, cigarros y mermelada a los soldados del frente cuando fue gravemente herido por una bomba. Un sonido que el escritor recordará “como una tos”. Le marcaría para siempre.
La segunda vez que Hemingway estuvo en Italia fue en 1948. El conde Federico Kechler le había invitado a pescar truchas. A bordo de un Lancia azul, los dos se dirigían a Canazei, contemplando ese panorama único que enmarca los picos dolomíticos de Sassolungo, Sella y Marmolada, cuando fueron detenidos por un policía. “No se puede pasar, está el Giro d’Italia”. Los corredores habían cogido granizo bajando el Passo Rolle. El bosque, las nubes y la carretera se habían vuelto negros. “Los frenos chirriaron como gatitos llamando a su madre”, escribió Dino Buzzati. Cuando el sol volvió a aparecer, Bartali se limpió el barro de la cara y decidió morder un plátano. Coppi se estiró hacia Canazei. Buzzati observó que “su cara se iba adelgazando poco a poco y su labio superior se retorcía, dándole la peculiar expresión de una rata atrapada en una trampa”. Algunos escritores tienen la capacidad de crear representaciones más vívidas de la realidad en las hojas de papel.