Todo el mundo le estaba esperando. Ya le habían cosido la Maglia Rosa en cuanto anunció su presencia en el Giro de Italia. Este escenario era perfecto para sus características. No podía hacer nada malo. Y él, como el campeón que es, puso todas las expectativas sobre sus hombros, marcó el ritmo del equipo durante toda la etapa, fue paciente en la subida final a Visegrad y en los últimos 200 metros desató toda la potencia de su fantástico motor. Y aunque era el gran favorito, no era nada fácil: había 150 corredores codiciando ese maillot que te lleva directamente a la leyenda.
El holandés, hijo y nieto del arte, ya había emprendido el camino de la leyenda hace tiempo, pero hoy ha querido poner otra marca, luciendo un símbolo que el padre Adrie y el abuelo Raymond Poulidor nunca habían tenido el honor de llevar. Pero conviene recordar una vez más el palmarés de este fenómeno de 27 años: ha ganado dos veces el Tour de Flandes, una vez la Amstel Gold Race, una vez la Strade Bianche, cuatro veces campeón del mundo de ciclocross y campeón de Europa de MTB de fondo. Un campeón completo, un espécimen único, que aún tiene muchas metas por alcanzar, como él mismo reconoce.