Siempre ha sido así en el ciclismo: para ganar se necesitan grandes piernas, pero también sincronización e ingenio. Más aún si entre tus rivales hay alguien, sobre el papel, más fuerte que tú. Hay que ser perfecto, y también tener un poco de suerte, como Nico Denz hoy en Rivoli.
Cuando un grupo de 30 corredores se escapó por las carreteras inmersas en las Langhe, pronto quedó claro que iban a llegar a la meta, porque la etapa estaba perfectamente diseñada para los escapados y no había nadie delante que pudiera molestar al Maglia Rosa Geraint Thomas. Así que los Ineos Grenadiers pusieron el control de crucero y se aseguraron de que la escapada siempre tuviera suficiente ventaja para desalentar cualquier acción de recuperación por parte del pelotón.
Entre los 30 corredores de cabeza empezaron los dimes y diretes sobre quién sería el mejor corredor para el final, con la exigente subida de Colle Braida seguida de 17 largos kilómetros llanos hasta la meta. Estaban Michael Matthews y Mads Pedersen, pero también Alberto Bettiol y Patrick Konrad, pasando por Sepp Kuss, Einer Rubio, Bauke Mollema y Davide Formolo, por no mencionarlos a todos. Y estaba Nico Denz (Bora-hansgrohe), a quien, sin embargo, nadie habría puesto entre los posibles ganadores en medio de tantos nombres altisonantes, entre otras cosas por sus características de pasajero.