El riesgo de aburrimiento, admitámoslo, era alto. En una carrera por etapas siempre hay una etapa en la que sabes desde el principio que no va a pasar gran cosa, bien porque los corredores tienen por delante muchas otras etapas en las que pueden marcar la diferencia, bien porque el recorrido hace un guiño a los velocistas y todo el mundo tiene interés en llevar la carrera a un sprint con las filas cerradas y sin demasiados quebraderos de cabeza. La etapa 3 de la Tirreno-Adriático 2023, de Follonica a Foligno durante 216 kilómetros a través de Val d’Orcia y Umbría, parecía una de estas, y de hecho lo fue hasta 20 kilómetros de la meta.
De hecho, corría el riesgo de ser incluso más soporífera que “ese” tipo de etapas, porque la acción de los fugados, los valientes Stefano Gandin y Alessandro Iacchi (Team Corratec) y los hermanos Mattia y Davide Bais (Eolo-Kometa) – por cierto, esperemos que al final de esta jornada, además del Maillot Verde de Davide, se lleven una bonita foto de su acción conjunta para colgar en casa de los Bais- se habían agotado incluso a falta de 70 km, y el temor a que hubiera una procesión masiva hasta la meta estaba más que justificado.
Luego, en los últimos 50 km, empezaron a surgir temores en el pelotón de que alguien quisiera aprovechar el viento de costado para jugar una mala pasada a sus rivales, por lo que la velocidad y el nerviosismo aumentaron, y los equipos se organizaron en bloques, unos para proteger a los capitanes que aspiraban a la clasificación general, otros para asegurarse de que el sprinter llegaría para disputar el sprint. Sin embargo, para encender del todo la carrera, necesitábamos a los mejores corredores, y cuando uno piensa en los mejores corredores, suele incluir entre los tres primeros nombres a Wout Van Aert (Jumbo-Visma) y Mathieu Van der Poel (Alpecin-Deceuninck), que ya nos habían dado algunos buenos recuerdos que atesorar en las carreteras de Tirreno-Adriático en el pasado reciente.